A pesar de los avances tecnológicos, el seguimiento por GPS enfrenta serias críticas por su incapacidad para cumplir su promesa de prevenir el crimen y evitar fugas de prisión. Los datos revelan que los estados gastan un promedio de $45,771 por prisionero al año, y el empleo del monitoreo por GPS se considera una opción para reducir estos costos hasta en $9,500 por recluso. Sin embargo, con una alarmante tasa de reincidencia del 72,9% entre los delincuentes rastreados por GPS, la eficacia de esta tecnología se ve cuestionada.
El experto en tecnología Steffan Black, de ZenShield, destaca la falsa impresión de seguridad que rodea al seguimiento por GPS, señalando su vulnerabilidad a la manipulación. Aunque se percibe como una herramienta de control infalible, la realidad es que los dispositivos GPS pueden ser hackeados o desactivados con relativa facilidad, subvirtiendo su propósito original.
Además de la manipulación, el seguimiento por GPS enfrenta desafíos de precisión y pérdida de señal, especialmente en entornos urbanos densos o en condiciones climáticas adversas. Estas limitaciones afectan la capacidad del sistema para proporcionar datos precisos y oportunos, lo que resulta en una respuesta tardía ante emergencias como fugas de prisión.
A pesar de estas deficiencias, existen medidas que pueden mejorar la eficacia del seguimiento por GPS, como la implementación de dispositivos a prueba de manipulaciones, la combinación con tecnologías complementarias y la introducción de sistemas de check-in programados. Sin embargo, es importante reconocer que ninguna tecnología es infalible, y la lucha contra el crimen requiere un enfoque multifacético que evolucione con las cambiantes estrategias delictivas. En última instancia, la reflexión sobre la efectividad del seguimiento por GPS plantea interrogantes más amplias sobre la naturaleza de la seguridad y la necesidad de soluciones adaptativas y en constante evolución.
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